El día que hay rueda de prensa se levanta temprano, más temprano de lo habitual porque en realidad no ha podido conciliar el sueño dando vueltas a la Pregunta que le va a hacer a Mou. No es que tenga que pensar lo que le va a cuestionar, eso ya se lo han dictado desde arriba; duda sobre el tono a emplear, la forma de introducirse, si mostrarse servil halagándole con un "usted que es siempre sincero" o ir a degüello como cuando le llamó ventajista en directo ante toda la prensa mundial (qué momento, qué palmadas en la espalda le dio el jefe al volver a la redacción). En esas noches de insomnio se ve de pie en la sala de prensa, con toda la atención sobre él y lo que va a preguntar. Cuando llega su turno levanta el brazo, apunta con el dedo a Mou y dispara su Pregunta que es en sí una acusación, un relato de pruebas irrefutables y una sentencia condenatoria. Mourinho queda herido ante ese golpe inesperado, se ve desenmascarado, descubierto, condenado ante cámaras de todos los países del planeta fútbol y, tras un silencio que parece eterno en un ambiente electrizado por la tensión, se levanta cabizbajo, se gira lentamente y sin despegar la vista del suelo se dirige a la puerta de acceso a la sala de prensa y la cierra tras de sí sin atreverse a volver la vista.
Entonces todas las miradas se vuelven hacia el gran periodista que acaba de protagonizar una hazaña que nadie se atrevía a imaginar, ellos boquiabiertos, ellas sonrientes y el hombre que por fin ha demostrado ante toda la prensa mundial que Mourinho es un fraude sonríe satisfecho, sale despacio hacia el aparcamiento saboreando la espontánea ovación que le dirigen sus compañeros y se acerca al vehículo que imagina en su sueño: La Triumph Thunderbird que monta Brando en "Salvaje".
Se sube a la moto, la arranca, mira condescendiente al enjambre de periodistas que han salido para ver marchar al hombre del momento y sale de la Ciudad Deportiva del Real Madrid sabiendo que se acaba de convertir en leyenda, en un Woodward o un Bernstein del periodismo deportivo.
Pero a veces, durante ese relato que dibuja en su duermevela mientras da vueltas en la cama, se inmiscuyen flashes de la realidad más cotidiana, rumores que ha oído en el trabajo que insinúan que si le mandan a él a las ruedas de prensa del Real Madrid es porque los redactores realmente influyentes no tragan con hacer el ridículo en que tantas veces le deja el portugués, que si realmente acaban echando a Mourinho él no seguiría yendo a las ruedas de prensa, que las cubriría algún jefe que después se iría a comer con el nuevo entrenador, que en definitiva, si ahora ha adquirido alguna transcendencia profesional, se debe exclusivamente al tirón mediático del portugués, que es de tontos soñar con cargárselo cuando sin él volverá a sumirse en la irrelevancia más anodina.
Y entre sueños de gloria y retazos de realidad por fin llega la hora de levantarse e ir a Valdevebas. Durante el trayecto sigue repitiendo la Pregunta, memorizándola no vaya a ser que con la zozobra que le provoca la presencia de Mou (que él jamás reconocerá) vaya a trastabillarse y volver a hacer el ridículo. Por fin llega a la Ciudad Deportiva, accede a la sala de prensa y pregunta a uno de los redactores que ya han llegado: ¿Se confirma la hora? a lo que el compañero le responde: "La hora sí, pero sale Karanka".
Nuestro hombre respira profundamente, controla cualquier gesto de su cara que pueda delatar que está a punto de echarse a llorar, se centra en sacar el micrófono de su mochila, entorna los ojos y dice en un tono que sólo él puede oir: "Cómo te odio, José Mario dos Santos Mourinho".
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