Un tweet que ayer comparaba la derrota del Madrid ayer en la ida de Copa contra el Celta de Vigo con la del Barcelona ante el Celtic de Glasgow en Champions League, me recordó la primera remontada que yo viví en el Bernabeú, en la lejanísima primavera de 1980.
Mis recuerdos sobre aquel partido son vívidos pese al tiempo transcurrido, mucho más que los de otras eliminatorias más recientes o triunfos más importantes. Para mí no fue solo la primera vez que veía el Bernabéu -tan gélido entonces como ahora en los partidos de la rutina liguera-, convertido en una auténtica olla a presión, sino porque era la primera invasión de una hinchada extranjera que vivía en directo.
En lo futbolístico se trataba de una eliminatoria de cuartos de final de la Copa de Europa en la que el Celtic había ganado 2-0 al Real Madrid y que en la vuelta quedó 3-0 con goles de Santillana, Stielike y Juanito, pasando así los blancos a semifinales. El fútbol del Madrid fue como el que ha contribuido a escribir la Leyenda, con una alineación en la que además de los goleadores estaban tipos como Benito, Camacho o Pirri, que lo que tenían del ahora tan cacareado señorío eran los "señores" tantarantanes que repartía Don Gregorio para que los rivales se fueran enterando de donde estaban y con quién se jugaban los cuartos. Y de marear la perdiz con la pelota con pasecitos al pie, nada, que enseguida empezaba a oírse un run run en la grada, que pronto pasaba a música de viento. Todo lo contrario, fútbol vertical, desplazamientos vertiginosos y desborde con figuras como Juan Gómez o Cunningham, inglés que prometía mucho aquella temporada por su endiablada velocidad, pero que no llegó a cuajar.
Pero lo que mejor recuerdo de aquello es la hinchada céltica.
Aquella semana Madrid estuvo revolucionada por la llegada de miles de escoceses, algo completamente inusual en aquella época. Además se trataba de hinchas británicos, cuya fama en Europa era deplorable y que fue a peor hasta llegar a la tragedia de Heysel pocos años después. Pero los escoceses demostraron que no tenían nada que ver con aquellos comportamientos de los hooligans de la parte sur de Gran Bretaña, estos eran alborotadores, sí, pero en absoluto violentos.
Los escasos incidentes que relata la columna del ABC que adjunto y el hecho de que muchos perdieran el avión de vuelta tienen una explicación y es lo que voy a tratar de relatar aquí:
En 1980 las diferencias de precios del alcohol entre España y Gran Bretaña era abismal, por lo que allí costaba una pinta aquí te bebías varios litros de cerveza. En cuanto a las bebidas de más graduación como el whisky, en los pub ingleses te ponían una medida de esas que no llenaban el culo del vaso y te cobraban lo que aquí costaban dos o tres cubatas de ley. Por tanto, para los escoceses llegar al Madrid de la incipiente movida ochentera y encontrarse con cientos de bares abiertos hasta las tantas, donde su dinero para comprar bebida valía cinco veces más que en su país, les llevó a coger una borrachera colectiva como pocas veces se han visto.
La tarde del partido, cuando llegué al Bernabéu, me quedé impresionado por la cantidad de escoceses, sus cánticos y su uniformidad que consistía en camiseta verdiblanca a rayas horizontales, gorro, bufanda y, lo novedoso, botella de DYC en la mano. Debieron desabastecer todos los supermercados de Madrid, porque no había escocés sin su botella en la mano, que en cuanto se vaciaba era sustituida inmediatamente por otra.
Yo tenía entrada del "Gallinero", Tercer anfiteatro de pie que entonces era lo más alto del estadio, y subía hacia mi localidad por el interior de una torre que tenia, creo recordar, los tramos de escaleras equivalentes a unos seis o siete pisos. A mitad de camino me fijé en un grupo de cuatro hinchas visitantes. Iban abrazados y se sujetaban a uno de ellos que, a su vez, se abrazaba a la barandilla de la escalera. Cantaban, alzaban sus botellas de DYC (en aquella época se podía pasar cualquier cosa al estadio), bebían y se ponían de acuerdo para subir a la vez un escalón. A veces lo conseguían y otras caían tres o cuatro escalones hacia atrás y no se iban escalera abajo porque se agarraban al de la barandilla. Estuve un rato contemplándolos muerto de risa y terminé dejándolos allí en el convencimiento de que era imposible que llegaran arriba a ver el partido. Una vez en la grada me volví a quedar impresionado viendo que en esa parte del estadio había más escoceses que madrileños, eso sí, sin barreras policiales ni nada parecido, estábamos unos al lado de los otros sin que ocurriera ningún incidente, en un ambiente de lo más cordial. Yo llevaba una bota de vino y en cuanto se les acabó el whisky, algún escocés se me acercó a que le diera un trago -"Of course" le dije al primero que me lo pidió, le dejé la bota y contemplé horrorizado como se metía el pitorro en la boca y empezaba a chupar para extraer el vino como si de un recién nacido con la teta de su madre se tratara. Se la arrebaté de un tirón y ante su desolación le dije que abriera la boca "open your mouth" y fui yo el que apreté el cuero para echarle el vino, pero el tipo estaba demasiado borracho para permanecer quieto y el vino le iba a un ojo, al otro, al cuello... Como éramos muchos los que llevábamos bota y más los escoceses que habían terminado con el DYC, pronto se convirtió aquello en una ducha colectiva de vino que teñía de más rojo aún los rojísimos rostros de aquellos tipos que pese a estar próximos al coma etílico, parecían disfrutar como nunca en su vida. El partido transcurrió y los célticos no dejaron de cantar ni las tres veces que el Madrid marcó (supongo que muchos ni se enteraron).
Después del partido, noche en Malasaña con La Vía Láctea llena de tréboles de cuatro hojas y rayas verdes y blancas de unos escoceses que sin pase a la semifinal que celebrar apuraban al máximo la noche de aquel Madrid tan distinto de su Glasgow allá en el lejano norte de Gran Bretaña.
Desde entonces tengo un gran cariño al Celtic y además empecé de mirar de otra forma aquel DYC segoviano que nosotros despreciábamos al compararlo con los Scotch Whiskys, pero que los simpáticos escoceses tragaban como si fuera lo mejor que había bajado por sus insaciables gargantas.
Después del partido, noche en Malasaña con La Vía Láctea llena de tréboles de cuatro hojas y rayas verdes y blancas de unos escoceses que sin pase a la semifinal que celebrar apuraban al máximo la noche de aquel Madrid tan distinto de su Glasgow allá en el lejano norte de Gran Bretaña.
Desde entonces tengo un gran cariño al Celtic y además empecé de mirar de otra forma aquel DYC segoviano que nosotros despreciábamos al compararlo con los Scotch Whiskys, pero que los simpáticos escoceses tragaban como si fuera lo mejor que había bajado por sus insaciables gargantas.
Qué grande, yo era muy pequeño cuando aquél partido,pero recuerdo que me impactó el hecho de que algunos hinchas se quedaran aquí sin dinero ni nada.... Pero lo que si me impactó de verdad fue el partido del Castilla con el West Ham en la Recopa(que recordarás, supongo)en la que los ingleses la liaron parda; tanto que el partido de vuelta en Londres fue a puerta cerrada.....
ResponderEliminarSí me acuerdo, lo que pasa es que los hinchas escoceses no tenían nada que ver con los hooligans ingleses de entonces
Eliminar